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Ernesto Guevara Che

Che Guevara: El sociopata que pudo haber sido peor que Castro

Ernesto "Che" Guevara, para muchos un símbolo de rebeldía y justicia social, fue en realidad un hombre que demostró tendencias claramente sociópatas, una obsesión peligrosa con la violencia y una visión del mundo que, de haberse materializado en su totalidad, habría sido igual de nefasta —o peor— que la de dictadores como Adolf Hitler o Stalin.

La diferencia entre Guevara y Castro no fue ideológica, sino de oportunidad. Mientras Fidel tenía el don de la política y la manipulación, el Che tenía el fanatismo ciego, el hambre de sangre y la frialdad quirúrgica de un inquisidor moderno. Su paso por la Revolución Cubana dejó claro que no le temblaba la mano para fusilar a quien no se alineara con su visión marxista radical. Basta con revisar su historial en La Cabaña, donde firmó ejecuciones sin juicio justo, como si se tratara de un juego de limpieza ideológica.
Muchos lo llaman médico, pero fue un médico que no curó cuerpos sino que los destruyó, y lo hizo con una convicción alarmante. Guevara escribió en sus diarios frases que podrían salir perfectamente de la boca de un tirano: “el odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano”. Este tipo de pensamiento no es heroico, es patológico.
Compararlo con Hitler no es exageración gratuita. Ambos compartían una visión de un mundo purificado por la violencia, una misión casi mesiánica que justificaba cualquier medio para alcanzar el fin. Mientras Hitler eliminaba razas que consideraba inferiores, el Che quería erradicar ideologías enteras a punta de fusil. Lo que cambia es el discurso, pero no el método.
¿Y si hubiese quedado en el poder en lugar de Fidel Castro? Probablemente Cuba habría sido un campo de exterminio ideológico aún más brutal. El Che despreciaba la democracia liberal, aborrecía el capitalismo y veía al disidente como una plaga. No hubiera permitido ni siquiera el teatro de libertades que Castro manejó. Bajo el mando del Che, la isla habría sido una fortaleza militarizada, una Corea del Norte caribeña donde la muerte y el miedo serían ley.
Paradójicamente, su muerte fue una bendición para América Latina. Su mito murió a medias, pero su ambición totalitaria fue contenida. Si hubiese sobrevivido y consolidado poder, probablemente hoy estaríamos hablando de un genocida a gran escala, un hombre que habría manchado aún más el continente de sangre en nombre de una revolución que solo existía en su mente perturbada.

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