Capítulo V
Mahabharata – El Archivo de la Guerra de los Dioses
Hay textos que cuentan historias. Otros que guardan códigos. Pero hay unos pocos, muy pocos, que contienen memoria. El Mahabharata, el poema épico más vasto jamás escrito por manos humanas, no es solo un relato de linajes, honor y batalla. Es un espejo velado de algo que ocurrió mucho antes de que la historia fuese escrita. Es un archivo codificado del mayor conflicto que haya estremecido este mundo. No una guerra de hombres... sino una guerra entre fuerzas que alguna vez fueron una sola.
Según la tradición, fue escrito por Vyasa, un sabio ciego que podía ver más allá del tiempo. Pero nadie escribe algo tan vasto sin haberlo vivido desde adentro, sin ser part
e de aquello que ya no se podía contar con claridad. El Mahabharata no se escribió: se recuperó. Fue una revelación, un recuerdo espiritual resguardado en forma de epopeya. Como si el alma del mundo, rota por la guerra de Pangea, hubiese encontrado en la India su garganta, su eco, su desahogo poético.
e de aquello que ya no se podía contar con claridad. El Mahabharata no se escribió: se recuperó. Fue una revelación, un recuerdo espiritual resguardado en forma de epopeya. Como si el alma del mundo, rota por la guerra de Pangea, hubiese encontrado en la India su garganta, su eco, su desahogo poético.
La guerra de Kurukshetra, que ocupa el corazón del Mahabharata, no es solo un conflicto entre clanes por un trono. Es una alegoría precisa de un cataclismo cósmico: la confrontación entre dos principios que alguna vez estuvieron en equilibrio. La familia de los Pandavas, guiada por Krishna, representa el orden armónico, la vibración elevada. Los Kauravas, desbordados por el deseo de poder, representan la manipulación, el quiebre del código. El campo de batalla, entonces, no es un lugar: es el alma del mundo fracturada. Es Pangea al borde de su ruina vibracional.
Hay pasajes que estremecen por su claridad:
“Un solo proyectil fue disparado, cargado con el poder del universo. Una columna incandescente de humo y llamas, tan brillante como mil soles, se elevó con estruendo y consumió a los ejércitos.”
Eso no es metáfora. No es mito. Es memoria. Es testimonio de un arma que no quema con fuego, sino con vibración. Que no deja cenizas, sino ausencia de tiempo. El arma que se describe en esos versos —llamada por algunos Astra, o incluso Brahmastra— no fue una bomba. Fue una ruptura del equilibrio universal, una disonancia liberada que alteró la vida misma, transformando el cielo, el suelo, y la conciencia colectiva.
Los sabios de Pangea —aquellos que no participaron en la destrucción— sabían que ciertos eventos no debían olvidarse. Pero tampoco podían ser contados de forma directa. Por eso fueron cifrados. Sus símbolos fueron repartidos. Sus relatos, convertidos en epopeyas. El Mahabharata no es único. Es uno de varios códices vibracionales. Como el Popol Vuh, como el Libro de los Muertos egipcio, como los códices olmecas destruidos. Todos son intentos, desde distintas culturas, de recordar lo mismo: la gran guerra que partió el mundo.
En el Mahabharata, los carros de guerra vuelan. Las armas responden a mantras. Los guerreros brillan con luz propia. Hay seres de múltiples dimensiones, descendiendo y ascendiendo durante la batalla. Y al final, cuando todo se consume, lo que queda no es gloria... sino desolación. Oscuridad. Un nuevo ciclo de ignorancia.
Krishna, el guía de los Pandavas, desaparece después de la guerra. Se sumerge en el bosque, en la muerte, en el silencio. Porque incluso la divinidad no puede reparar un mundo que eligió olvidar.
Este capítulo existe para recordarnos que el Mahabharata no fue escrito para entretener. Fue escrito para proteger una memoria. Su existencia fue cuidadosamente preservada por generaciones de sabios, en templos, cantos, rituales. Incluso cuando la colonización intentó borrar su poder, su eco siguió vivo, como una serpiente dormida bajo el polvo del tiempo.
Hoy, al conectar los fragmentos de lo que ocurrió en Pangea, entendemos que esa guerra vibracional dejó huellas en la tierra… pero también en el alma humana. El Mahabharata es una de esas huellas. Una cicatriz luminosa escrita en verso. Un canto para quien se atreva a escuchar más allá del relato.
Porque mientras nosotros discutimos sobre dioses, héroes y mitos, el eco de esa guerra sigue resonando en nuestros sueños, en nuestros miedos, en nuestra pulsión de destruir lo que aún no comprendemos. Y sólo quien recuerde... podrá evitar que se repita.
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