Ir al contenido principal

capitulo VI 🌫️🌥️ Los hijos de la Bruma 🗾🌤️

Los Hijos de la Bruma

Cuando todo se había oscurecido.
Cuando la tierra ya no recordaba su forma.
Cuando las aguas habían reclamado lo que antes era firmeza y las estrellas ya no marcaban caminos...
quedaron ellos.

No fueron los más fuertes.
Ni los más sabios.
Ni los que dominaron la guerra ni el canto.
Fueron los más simples, los más puros, los más silenciosos.

A ellos se les llamó los Hijos de la Bruma.

Nacidos de la niebla que cubrió el mundo tras la gran ruptura, fueron los portadores de un conocimiento que no se leía ni se escribía, sino que vibraba en la sangre. Mientras los grandes sabios de Pangea eran tragados por el mar o ascendían a otros planos, algunos pocos humanos —aislados, olvidados, ignorados— sobrevivieron no por poder, sino por destino. Porque alguien o algo comprendió que, cuando el mundo se partiera, solo aquellos desvinculados del sistema podrían volver a comenzar.

Fueron llevados —o guiados— a una región geográfica sellada, oculta por montañas de resonancia y niebla densa. Un valle cerrado, autosuficiente, fértil, protegido de la contaminación vibracional del resto del mundo. Allí, entre ríos puros y árboles eternos, el conocimiento más antiguo fue sembrado en la carne y no en el papel.

Ese lugar fue llamado, mucho después, el Jardín del Edén.

Pero no era un jardín como lo pinta la religión: no había serpientes parlantes ni árboles mágicos. Había sabiduría contenida en la forma misma de la naturaleza. Era un espacio de vibración intacta, donde el alma podía escuchar aún el canto de la serpiente cósmica. Allí, los Hijos de la Bruma aprendieron que el conocimiento no debía almacenarse fuera, sino dentro. Por eso, sus pieles fueron marcadas. Cada tribu portaba tatuajes sagrados, símbolos geométricos codificados, heredados de los últimos sabios de Pangea. Tatuajes no de guerra, sino de activación. Eran bibliotecas vivientes, códigos caminantes, mapas de memoria que sobrevivieron al cataclismo.

Estos símbolos, olvidados por el resto del mundo, aún aparecen entre los pueblos considerados “primitivos”. En la piel de los aborígenes australianos, en los tejidos de los pueblos amazónicos, en las rocas sagradas de los navajos, en los trajes de ceremonia de los dogones africanos. No es coincidencia. Es herencia.

Los Hijos de la Bruma no construyeron ciudades ni templos. Construyeron memoria genética. Mientras los reinos del nuevo mundo nacían entre violencia, ellos protegían las frecuencias más puras. Mientras los imperios luchaban por dioses y tierras, ellos danzaban bajo estrellas olvidadas. Mientras la historia se escribía con sangre, ellos cuidaban el silencio.

Y cuando el tiempo maduró, y las aguas retrocedieron, y los vientos dejaron de llorar, fueron ellos quienes comenzaron a salir de su aislamiento. No con armas, sino con cantos. No con fuego, sino con semillas. No con libros, sino con símbolos en la piel y visiones en los ojos. Ellos caminaron por el nuevo mundo sin ser vistos, dejando rastros que los futuros pueblos transformarían en leyendas. Hombres que hablaban con animales. Mujeres que sanaban con solo tocar. Tribales que conocían las estrellas sin telescopios.

El mundo moderno los llamó mito.
Pero fueron origen.

Muchos regresaron a su aislamiento. Otros permanecen ocultos. Algunos aún caminan entre nosotros, confundidos con mendigos, sabios errantes o locos. Porque el recuerdo duele cuando nadie más lo comparte. Pero su misión no terminó. Ellos existen por una razón: ser el eco que nos guíe de regreso si todo vuelve a arder.

Porque lo hará.

Y cuando ocurra, no serán los más ricos, ni los más armados, ni los más tecnológicos quienes restauren la vida.

Serán los Hijos de la Bruma, quienes aún recuerdan cómo hablar con la tierra…
y cómo escucharla.

Y aquí...
comienza nuestra historia.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Las Cruzadas y su irónica muerte en el nombre de Dios

Las Cruzadas: Muerte en el Nombre de Dios Las Cruzadas fueron una serie de campañas militares entre los siglos XI y XIII, impulsadas por la Iglesia católica con el pretexto de recuperar Tierra Santa del dominio musulmán. Sin embargo, más allá del discurso religioso, estas guerras sirvieron para fortalecer el poder papal, expandir la influencia europea y desatar un derramamiento de sangre sin precedentes en nombre de Dios. 📜 Contexto: La Guerra Santificada A finales del siglo XI, el Imperio Bizantino enfrentaba la amenaza de los turcos selyúcidas, quienes habían conquistado Jerusalén y restringido el acceso de los cristianos a la ciudad sagrada. En 1095, el papa Urbano II convocó a la Primera Cruzada, promoviendo la idea de que luchar contra los musulmanes garantizaba la salvación del alma. La Iglesia usó la fe como arma de reclutamiento, prometiendo indulgencias (perdón de pecados) a quienes se unieran. Con esto, logró movilizar a miles de soldados, campesinos y nobles en una guerra s...

El día que cambio el mundo concilio de Nicea

Nicea: El día que se inventó a Cristo para conquistar el mundo Introducción: El nacimiento de un dios político El año 325 d.C. no solo marcó el inicio del cristianismo imperial. Marcó el nacimiento de una figura moldeada a la medida del poder romano: Jesús de Nazaret, no como el hombre, el rabino o el revolucionario, sino como el "Hijo de Dios", una imagen construida para centralizar la fe y, con ella, unificar un imperio al borde del colapso. El Concilio de Nicea no fue un debate espiritual; fue un proyecto geopolítico. El contexto: Un Imperio fragmentado necesitaba unificarse Constantino entendía algo que muchos líderes religiosos aún niegan: la religión es la herramienta más efectiva para someter voluntades sin levantar la espada. Roma se estaba desmoronando: guerras internas, sectas rivales, caos cultural. Había cientos de interpretaciones de Jesús: algunos lo consideraban divino, otros un profeta, y otros ni siquiera creían que hubiera...

Ernesto Guevara Che

Che Guevara: El sociopata que pudo haber sido peor que Castro Ernesto "Che" Guevara, para muchos un símbolo de rebeldía y justicia social, fue en realidad un hombre que demostró tendencias claramente sociópatas, una obsesión peligrosa con la violencia y una visión del mundo que, de haberse materializado en su totalidad, habría sido igual de nefasta —o peor— que la de dictadores como Adolf Hitler o Stalin. La diferencia entre Guevara y Castro no fue ideológica, sino de oportunidad. Mientras Fidel tenía el don de la política y la manipulación, el Che tenía el fanatismo ciego, el hambre de sangre y la frialdad quirúrgica de un inquisidor moderno. Su paso por la Revolución Cubana dejó claro que no le temblaba la mano para fusilar a quien no se alineara con su visión marxista radical. Basta con revisar su historial en La Cabaña, donde firmó ejecuciones sin juicio justo, como si se tratara de un juego de limpieza ideológica. Muchos lo llaman médico, pero fue un médico q...