El Papa Gregorio XVII había muerto en circunstancias extrañas. Su cuerpo, rígido como piedra, fue encontrado en sus aposentos con las manos aferradas a un fragmento de basalto negro. Sus ojos, abiertos pero vacíos, reflejaban un horror indescriptible. La noticia de su muerte se esparció por Roma como un susurro maldito, y la Santa Sede convocó a los príncipes de la Iglesia a un cónclave inminente.
El cardenal Giulio Conti, uno de los más jóvenes en el colegio cardenalicio, sentía que algo no encajaba en la versión oficial de los hechos. Había estado en la biblioteca vaticana cuando recibió la noticia. La forma en que los guardias suizos hablaban en voz baja y la rapidez con la que clausuraron los aposentos papales despertaron sus sospechas. Se escabulló hacia los Archivos Secretos en busca de respuestas, siguiendo su instinto.
Entre estantes oscuros y manuscritos con olor a siglos, encontró un documento peculiar. Era un pergamino envejecido del siglo IV, con anotaciones en latín arcaico. Un título captó su atención de inmediato:
Lapis Exilis – La Piedra del Exilio.
Sus manos temblaron al pasar la vista por las líneas borrosas. El texto describía un relicario perdido, un fragmento de algo más grande, un objeto que había sido sellado por órdenes de la propia Iglesia. Pero lo que lo inquietó fue una frase escrita con tinta desvaída:
"Un espíritu más viejo que la Cruz descansa en la piedra."
Conti tragó saliva. Lo leyó varias veces, tratando de encontrar sentido. En la misma página, encontró otra referencia aún más desconcertante: Lapis Níger. El nombre evocaba el misterioso santuario de la Antigua Roma, un altar oscuro y olvidado en el Foro Romano, donde los sacerdotes arcaicos realizaban ritos a dioses extintos.
¿Qué hacía una referencia pagana dentro de un documento de oración cristiana? ¿Y por qué mencionaba la veneración de la muerte?
Mientras meditaba sobre su hallazgo, el eco de unos pasos lo devolvió a la realidad. Guardó el manuscrito en el interior de su sotana y se dirigió a la Capilla Sixtina.
Al cruzar las puertas de bronce, una escena extraña se desplegó ante sus ojos.
Los cardenales más ancianos, aquellos que habían sido testigos de múltiples cónclaves, estaban reunidos en torno a un altar improvisado. No era el altar tradicional de la capilla, sino una mesa de mármol cubierta con un manto negro. Encima, una serie de objetos inquietantes: cuchillos rituales de mango dorado, velas negras que despedían una llama rojiza, un libro de páginas gruesas abierto en un pasaje indescifrable.
El cardenal Conti sintió que su respiración se volvía pesada. No era la primera vez que escuchaba sobre ritos ocultos dentro de los muros vaticanos, pero jamás había presenciado algo así.
Un murmullo se deslizó entre las sombras.
"Petra eligit, Petra devorat."
(La Piedra elige, la Piedra devora.)
El susurro venía de una puerta entreabierta. Conti avanzó con cautela, su piel erizada. Su corazón palpitaba con fuerza, pero el impulso de descubrir la verdad lo empujó hacia adelante.
Se pegó a la madera fría y miró por la rendija. Dentro, un grupo de hombres, cubiertos con túnicas escarlata, rodeaban un pedestal de granito. En el centro, algo brillaba con una luz oscura.
Conti contuvo el aliento.
Había oído rumores de sociedades secretas dentro de la Iglesia, de ceremonias que solo los más altos prelados conocían. Pero esto… esto era algo distinto.
Entonces lo vio.
Un fragmento de piedra negra, suspendido sobre el pedestal, vibrando suavemente con una presencia invisible.
El manuscrito que aún llevaba oculto en su sotana ardía contra su pecho, como si reaccionara ante aquella escena.
Los cardenales continuaban con su rezo en latín arcaico, sus voces entrelazándose en una melodía hipnótica. Conti sintió que su mente se nublaba, como si una presencia más allá de la razón lo llamara a entrar.
Se aferró a la puerta con fuerza. No debía quedarse. No debía escuchar.
Pero era demasiado tarde.
Había sido elegido.
Y la Piedra devora a aquellos que elige.
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