El cardenal Conti sintió cómo su respiración se volvía pesada cuando dos figuras encapuchadas lo sujetaron por los brazos. No opuso resistencia. No porque no quisiera, sino porque su cuerpo parecía haber olvidado cómo moverse.
Sus pies se arrastraban sobre el mármol frío de la Capilla Sixtina. Las velas negras proyectaban sombras inquietantes, alargadas, como si las figuras a su alrededor fueran entidades distorsionadas en el tiempo.
Los cardenales ancianos lo rodeaban, impasibles, con el rostro en penumbra. Pero sus ojos… sus ojos brillaban con un reflejo extraño, como si ardiera un fuego tenue dentro de sus pupilas. En el altar, el fragmento de piedra negra vibraba con una energía siniestra, pulsando levemente, como un corazón latiendo en la oscuridad.
Un susurro en latín recorrió la sala:
"Petra eligit, Petra devorat."
(La Piedra elige, la Piedra devora.)
Entonces la puerta se abrió.
El aire que brotó desde el umbral era denso, cargado de un aroma a incienso, humedad y algo más… un rastro metálico que reconoció al instante: sangre.
Dos cardenales lo tomaron con fuerza y lo obligaron a cruzar el umbral.
La puerta se cerró tras él con un golpe sordo.
La Descensión
La oscuridad era total. Solo después de unos segundos, sus ojos lograron captar el tenue resplandor azul que emanaba de las paredes. Era una luz fría, espectral, que revelaba inscripciones talladas en la roca.
Hebreo. Latín. Griego arcaico. Pero había otros símbolos, líneas angulosas y espirales imposibles que parecían moverse cuando los miraba demasiado tiempo.
Sus pasos resonaban en el suelo de piedra, cada eco prolongándose más de lo que debía.
El túnel descendía.
El aire se volvía más espeso.
Y los susurros comenzaron.
No eran voces humanas. Eran como el roce de hojas secas, como murmullos lejanos de una lengua olvidada.
El corazón de Conti latía con fuerza, pero nadie más parecía notarlo. Los cardenales avanzaban en silencio, sus túnicas escarlatas rozando el suelo con un leve siseo.
De pronto, el pasillo se ensanchó y desembocó en una gran cámara subterránea.
La estancia era inmensa, mucho más grande de lo que debería ser. Como si estuviera fuera del tiempo, escondida en el vientre de Roma desde antes de que la ciudad existiera.
Al centro, un círculo de mármol negro rodeaba un altar de piedra. Sobre este, una máscara de ónix descansaba sobre un cojín rojo.
Los cardenales ancianos se colocaron en círculo. Sus rostros eran pálidos, cadavéricos, y sus labios murmuraban plegarias ininteligibles.
Uno de ellos, el más viejo, alzó una mano.
"Iniciemos."
Las figuras encapuchadas soltaron a Conti. Sus piernas flaquearon.
El anciano continuó:
"Este es el Primer Ritual. La Piedra elige a quien debe devorar. Pero antes, aquel que ha sido señalado debe demostrar su valía."
Otro cardenal avanzó con una daga de plata en sus manos. Se la ofreció a Conti.
"La sangre llama a la sangre. Para ver más allá del velo, debes abrirte a la Piedra."
Conti miró la hoja afilada, su reflejo distorsionado en el metal.
Las sombras parecieron moverse a su alrededor. La habitación se cerraba sobre él.
"Toma la daga, hijo."
El anciano se inclinó hacia él, y por un instante, Conti vio algo en su rostro. Algo que no debía estar ahí.
Un segundo par de labios, marchitos y sellados, justo debajo de los primeros.
Retrocedió.
Las paredes parecieron temblar. Las inscripciones resplandecieron con más intensidad.
Y entonces, una voz surgió de la Piedra.
No era un sonido. No era un eco.
Era un pensamiento insertado en su mente.
"Conti…"
El cardenal apretó los ojos. Su respiración se entrecortó.
La daga pesaba en su mano como si estuviera hecha de plomo.
"Hazlo."
El cuchillo descendió lentamente hacia su palma abierta.
No podía detenerse.
Su cuerpo no le obedecía.
"Hazlo."
El filo tocó su piel.
Un ardor insoportable recorrió su brazo.
La sangre brotó, espesa y oscura.
Las inscripciones en las paredes respondieron. La luz azulada se intensificó.
Y entonces…
La máscara de ónix giró sobre el altar.
Los labios sellados del anciano temblaron.
Los susurros se transformaron en un cántico.
La Piedra había despertado.
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